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Gauguin y Van Gogh: la historia de una oreja

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Todo el mundo ha oído hablar de Vincent Van Gogh: por su pintura tan característica, por lo loco que estaba, y porque se cortó una oreja (también por cierto grupo de música que tuvo la idea de rendirle «homenaje» con el nombre de la formación). Paul Gauguin también es un personaje muy conocido, aunque un poco menos. Es ése que se fue a Tahití a acostarse con niñas y a contagiarles la sífilis porque era un poco pedófilo. Ambos personajes dan para entradas separadas (que vendrán a continuación de esta) porque sus biografías son bastante curiosas. El caso es que estos dos tipos tan distintos -recordemos que a uno le entusiasmaba leer la Biblia tanto como al otro le entusiasmaban las prostitutas- fueron unidos y mantuvieron una estrechísima amistad… si se le puede llamar así.

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Autorretrato de Van Gogh

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Autorretrato de Gauguin

Lo que sí sabemos cierto es que se conocieron porque uno de los dos hijos de la familia Van Gogh (el cuerdo, que se llamaba Theo, el loco no estaba para fiestas) compraba sus obras a Gauguin, que subsistía lejos de su esposa y sus hijos pequeños porque era muy moderno y eso de alimentar niños y tener una sola mujer como que no le convencía demasiado. Él había nacido para la bohemia, para enamorar jovencitas y partirles el corazón, si se dejaban.  Pues eso, que la familia de Van Gogh le compraba las pinturas y cerámicas a Gauguin, y les nació la idea de que, claro, ahí tenían un pintor extranjero muertecico de hambre, y que su hijo el desquiciado estaba muy solo… que a ver si se caían bien y se hacían compañía, que seguro que se cogían cariño y así podían pintar juntitos. Como las mamás cuando te endosan al primo lelo, vamos. La verdad es que los dos artistas ya se habían conocido hacía tiempo, pero lo que impulsó definitivamente a Gauguin a mudarse a un pueblecito francés fue el rechazo amoroso de una jovencita de 17 años, Madeleine Bernard, que lo tenía loco (ejem), y la posibilidad de vivir una segunda adolescencia repleta de lienzos y color. Otra gran verdad es que eso de no poder ver a sus hijos le daba bastante igual, así que su mujer lo abandonó y se los llevó a Dinamarca dejándole a él más contento que unas castañuelas.

Total, que Theo, movido por el deseo de que su hermano tenga compañía y pueda trabajar con otros pintores y hacer amigos, propone a Gauguin un trato: comprar todo lo que él haga a cambio de que se vaya a vivir a Arles con su hermano. Y así se fragua una de las parejas más legendarias de la pintura: los dos artistas se van a vivir juntos a una casita rural en Francia.

Cabe destacar que la amistad entre Gauguin y Van Gogh fue, cuanto menos, «intensa». Entre ellos había una atracción creativa -he dicho creativa, ¿vale?- muy fuerte, y a la vez un rechazo gigantesco. La estancia de Gauguin en tierras provenzales y la convivencia con el artista pelirrojo van de la mano y mueren al mismo tiempo: dos meses les duró la broma, entre el 23 de octubre y el 26 de diciembre de 1888. Pero fueron meses muy inspiradores, que hicieron a ambos avanzar en sus respectivas pinturas… ¿Qué pasó entre ellos para que se rompiera su relación y Gauguin abandonara la casa? ¿Acaso fue nominado por Mercedes Milá?

Vincent van Gogh - La casa amarilla

La casa amarilla, Van Gogh (1888).
En esta casita tan encantadora de Francia se afincaron los dos artistas para convivir y compartir su pasión por la pintura.

La intención de ambos, Gauguin y Van Gogh, era fundar una casa que perdurara en la Historia del Arte, una especie de templo de la pintura vanguardista. Enviaron cartas a otros pintores famosísimos de la época como Signac, Seurat y Bernard para que acudieran a vivir con ellos también. Fueron más listos y se negaron… aunque ¡la de curiosidades que podrían haber pasado con esos cinco en la misma casa! Total,  que ni cortos ni perezosos fundaron una comuna hippie en la que no tenían «propiedades privadas» sino que todo era compartido, incluso el dinero. Eso a Gauguin le venía genial, claro. Y aunque hemos dicho que Van Gogh era muy religioso, se le pegó bastante el cariño de Gauguin hacia las prostitutas. Así que se llevaban bien.

Con los dos instalados en la casa amarilla, se fraguó una amistad y admiración mutua. Todo hay que decirlo, se admiraban entre ellos, pero tenían un carácter explosivo… y ya se sabe cómo acaban las cosas cuando encierras juntos a dos ogros. El pintor francés no aguantaba el desorden de Van Gogh, así como su incipiente extracción de dinero común para pagarse los favores de Rachel, su prostituta favorita. Su relación empezó a ser tensa. Gauguin lo confiesa en una carta que escribe a un amigo común, comentándole con amargura que Vincent no hace más que criticar todo lo que hace, le señala los defectos de todos sus cuadros y no lo deja pintar en paz. A veces se pone violento, otras se encierra en sí mismo, otros días chilla y berrea como un niño. Empieza a sentirse tentado de abandonar la casa a los pocos días, cuando se percata de las rarezas de su compañero. Pero Theo, el hermano de Vincent, empezó a hacerle chantaje: que si después del dinero que te hemos dado nos dejas así… que si se sabrá que yo te he pagado las deudas porque eres un hombre de mala vida… que si eres un desagradecido… que si mi pobre hermano está tan ilusionado de tenerte aquí y tú vas y lo dejas, al pobrecico… 

Gauguin consintió, pero la relación siguió empeorando y en ocasiones llegó a temer por su vida. La relación llegó a extremos traumáticos:

«En los últimos tiempos de mi estancia, Vincent se volvió excesivamente brusco y ruidoso, luego silencioso. Algunas noches le sorprendí, despierto, acercándose a mi cama»

Paul Gauguin

Imaginaos el percal: tú solo, en una casa de campo, viviendo con un hombre que te acosa y te mira mientras duermes. De película de terror. Una noche, cuando Gauguin le comentó que no estaba a gusto allí y que planeaba dejar la casa, el holandés pelirrojo le tiró un vaso de ajenjo a la cara profiriendo toda clase de amenazas e improperios, aunque al día siguiente le pidió perdón. Sin embargo esa noche llega el capítulo más famoso de la historia de esta rara pareja…

Tuvieron una disputa por la prostituta Rachel. No se sabe si ambos estaban encaprichados con ella, o si fue por asuntos de dinero… pero Van Gogh amenazó a su compañero e intentó clavarle una navaja de afeitar, persiguiéndole por toda la casa. Gauguin logró huir, y se encerró en un hotel decidido a marcharse de allí con viento fresco en cuanto se hiciera de día. A la mañana siguiente, sin embargo, Gauguin encuentra un tumulto de gendarmes y personas alrededor de la casa amarilla. Van Gogh se había cortado la oreja y, envuelta en una fina tela, se la llevó de regalo al burdel para regalársela a Rachel.

«Debió de pasar bastante tiempo hasta que consiguió detener la hemorragia, ya que al día siguiente numerosas toallas mojadas cubrían el suelo de las dos habitaciones de la planta baja. La sangre había manchado las dos habitaciones y la escalera que conducía a nuestro dormitorio.»

Paul Gauguin

Al día siguiente, Van Gogh ingresó en el manicomio, el sanatorio mental de Saint Rémy. Según los principales biógrafos de Van Gogh, la frustración de su relación profesional con Gauguin, en el que había puesto tantas ilusiones y esperanzas, así como la partida de su amigo, antes de lo esperado, pudo ser el detonante de sus posteriores crisis psiquiátricas. 

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A pesar de que esta es la historia oficial, hay varias teorías que contradicen esta versión. Dos historiadores alemanes sugieren que Gauguin, excelente luchador de esgrima, habría cortado la oreja de su compañero con un sable, en un arranque de ira y decidido a zanjar de una vez por todas las diferencias y discusiones que habían tenido durante su convivencia. Para evitar la cárcel, diría a la policía que él mismo se la cortó porque estaba loco, y Vincent mantuvo su silencio porque, supuestamente, estaba enamorado de su compañero. A saber lo que ocurrió, pero lo cierto es que aún no está claro cómo ocurrió todo.

Otros dicen que, Vincent, arrepentido de su comportamiento ante su amigo, resolvió la situación arrancándose el lóbulo de su oreja derecha, el cual dio a una prostituta para que se lo llevara a Gauguin como prueba física de su arrepentimiento.

Sea como fuere, Paul Gauguin se marchó a Tahití con mucha fama y ninguna fortuna, a perderse entre muchachitas jóvenes y no quiso volver a hablar del incidente.

La locura de Van Gogh no hizo más que empezar, puesto que sufría manías persecutorias (se pensaba que lo querían envenenar), delirios y visiones… y ya sabemos como acabó el pobre, dos años después. Pero esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.