Caza de brujas: entre el pánico y la fascinación

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El siglo XVII es el periodo de las grandes “cazas de brujas” en Europa. Avivados por una cultura machista en la que la mujer  se creía moralmente inferior y naturalmente inclinada a los pecados más nefandos, por el gusto del pueblo a ver juicios y ejecuciones en directo (el antiguo Gran Hermano), los ciudadanos entraron en una espiral de sospechas y acusaciones en las que cualquier malentendido o excentricidad acababa fácilmente en ‘barbacoa’.

Decenas de miles de mujeres y niños murieron quemados en la hoguera tras ser juzgados públicamente, en una sociedad donde el poder judicial y el religioso estaban profundamente ligados. La gente enloquecía de pánico si en el pueblo aparecía uno de esos grimorios prohibidos, libros sobre hechicería o gallos decapitados.  La bruja dejó de ser aquella señora que conocía las hierbas con las que crear ungüentos, pócimas y cataplasmas sanadoras -o no- para los campesinos, y tampoco era aquella a la que el pueblo llano (y no tan llano, pues los que ostentaban el poder hacían lo mismo) acudía para que le leyera la buena fortuna o bendijese sus campos. No. Empezó a configurarse una nueva imagen de la bruja, que tiene su principal origen en la asociación de la brujería con el culto al Diablo… o a dioses extraños al cristianismo, que venía a ser lo mismo.

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El aquelarre de brujas, Frans Francken

El caso es que fueron años de sospecha y conmoción, de terror porque la hija de tu vecina hubiera sido vista en el bosque a altas horas de la noche o simplemente supiera leer. A los artistas les pasó también. En aquella época lo más normal era pintar cuadros religiosos, incluso relacionados con los mitos. Pero he aquí que las cazas de brujas sirvieron para alimentar los lienzos con extraños personajes, escenas siniestras que se desarrollaban en ambientes de misterio y oscuridad. Y un puntito de fascinación, como siente cualquier ser humano ante lo prohibido y peligroso. 

Uno de los artistas brujeriles más conocidos es Frans Francken el Joven, que procedía de una familia de pintores de renombre. Sin embargo, él fue mucho más conocido que sus predecesores y hermanos por atreverse con temas nuevos que todavía no se plasmaban en las pinturas. Uno de ellos fue el de las brujas que aterrorizaban a Europa. En ellas podemos ver toda la iconografía tradicional de las hechiceras: calderos, cráneos, murciélagos, fuegos demoníacos, súcubos, demonios con elementos de cabra, almas en pena… 

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Asamblea de brujas (Hexensabbat) – Frans Fracken el Joven

Otros artistas han pasado a la posteridad por creerse hechizados con el mal de ojo. ¡Ay, qué buenas excusas se ponían entonces! Un ejemplo típico es Guido Reni, pintor renacentista italiano, que se creía víctima de hechiceras malintencionadas que lo gafaban. Era como un hipocondríaco de lo supernatural. Además de una intensa misoginia y nefasta adicción al juego, Guido Reni vivía obsesionado con las supersticiones que lo atemorizaban hasta la médula. 

En su biografía se cuenta que Reni estaba continuamente temiendo ser envenenado por bebedizos preparados por alguna bruja, razón por la cual jamás dejaba entrar a mujer alguna en su vivienda. Jamás comía nada que no hubiera cocinado él mismo, de modo que si algún cliente o admirador le ofrecía algún manjar lo escondía disimuladamente y lo dejaba pudrir por miedo a que estuviera sazonado con pócimas o venenos. En particular tenía pánico a las viejas, y huía de ellas cada vez que se las cruzaba en la calle o el mercado. 

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La masacre de los inocentes – Guido Reni (detalle)

Lo más divertido es que Guido Reni atribuía cualquier episodio singular o ligeramente “fuera de lo normal” a la acción de sus temidas seguidoras del Maligno. Así, cuando en cierta ocasión perdió en casa una de sus zapatillas, lo atribuyó a la acción de las brujas, y lo mismo ocurrió cuando una vez apareció la camisa de una mujer entre su ropa. Y ni os digo cuando perdía la inspiración: 

“… me preguntó si alguien podría hechizar las manos de una persona de modo que ya no pudiera manejar el pincel y trabajara mal forzosamente(…) Sabedor de sus pensamientos, le dije francamente que no (…) Contestó que en Roma un francés le había enseñado un sortilegio mediante el cual se podría, al tocarle a uno la mano de un modo amistoso, comunicarle en poco tiempo una enfermedad incurable de la cual moriría infaliblemente”.

Obviamente, Guido Reni murió virgen. 

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El Aquelarre, de Francisco Goya. El cuadro queda dominado por la figura de un gran macho cabrío, que bajo la luz de la luna avanza sus patas delanteras para recibir de dos brujas la ofrenda de niños que tanto le agradan… Ello evoca la descripción de cómo dos hermanas, María Presona y María Joanato, mataron a sus hijos «por dar contento al demonio» que recibió «agradecido» el ofrecimiento… También vemos a media docena de niños, varios de ellos ya chupados, esqueléticos y a otros colgados de un palo

También en el arte de Goya la brujería tuvo un importante papel. En la imagen de arriba aparece analizado El Aquelarre, que es terrorífico cuando se conoce su significado. Aunque curiosamente con estas pinturas pretendía burlarse de las supersticiones y actos de quienes creían en estas cosas, sus cuadros dan pavor en lugar de risa. Así retrataba Goya una sociedad española cruel, dada a los crímenes, crédula e ignorante hasta la médula, supersticiosa y violenta. Influido por el caso de las Brujas de Zugarramurdi, donde se quemaron vivas seis personas para alegría de los más sádicos, y el caso de Logroño, el artista se atrevió incluso a criticar a la Iglesia Católica por su barbarie… razón por la cual fue denunciado a la Inquisición y sus obras que tenían la mínima relación con obispos o frailes fueron retiradas. 

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El aquelarre, GOYA

Sin embargo, en el tiempo también han existido aquellos artistas más fascinados que asustados por aquellas mujeres que sabían manejar lo sobrenatural. Uno de los mejores ejemplos es el prerrafaelita John William Waterhouse. Bebía de los mitos e historias clásicas para crear hermosísimas hechiceras. Poderosas, jóvenes, sabias y bellas, así es como veía a las brujas, alejado de la clásica imagen de vejez y fealdad. Con libros de magia, pociones o bestias fantásticas, las hechiceras se convertían en sex symbols de la época. 

The magic circle, by John William Waterhouse

El círculo mágico – John William Waterhouse

Por si tenéis ganas de más, aquí os dejo una galería con imágenes sobre la representación de este tema a lo largo de la Historia. 

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